LA CONVERSIÓN HOY
Mt 3, 1-12
"Se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 3, 1-2).
El evangelio nos presenta la figura de Juan Bautista, típica del Adviento como una enérgica llamada a preparar el camino del Señor y de su Reino. Los elementos que encontramos hoy son sobre todo su llamada a la conversión (= a la renovación) por un motivo muy real: hay una posibilidad de más vida, más justicia, más amor (es lo que significa «está cerca el Reino de Dios»). Es necesario preparar el camino del Señor (anhelar su venida, creer en ella, eliminar obstáculos, trabajar por su Reino). La austeridad de vida de Juan es un testimonio de que es preciso tomárselo en serio (desde la riqueza, desde la comodidad, no se hace nada). Ni es suficiente el simple cumplimiento ritual, exterior (es la severa crítica a «fariseos y saduceos»). Hay que «dar el fruto que pide la conversión».
Me pregunto: ¿La conversión es posible en mi vida? Aquí, allá y más adelante, se nos invita tanto a esto que quizá he caído en una escucha formal y estéril. Quizá la conversión, que es mucho más que una palabra, ha entrado en mi costumbrismo; la conversión ha quedado en el cajón de las cosas obsoletas. Hablar y escuchar hablar de conversión es pensar automáticamente en aquello que ya lo intenté tantas veces que me he convencido que es una utopía o mi amor imposible.
Cuando se habla de conversión se habla de cambio de actitud, de mentalidad, de proyectos, de camino y de vida. El cardenal Newmann tiene una frase que quizá me ayude a salir de este círculo vicioso en el que he caído. Él dice: “Aquí en la tierra vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces”. Cambiar se ha de entender en la óptica de la conversión; un cambio íntimo del corazón del hombre. Vivir es cambiar. En el momento en que este deseo de cambiar desaparece, tú ya no eres un vivo. Una confirmación se nos da en el Apocalipsis cuando el Señor dice: “Parece que estás vivo, pero estás muerto” (3,1) Además “ser perfecto es haber cambiado muchas veces”. Parece que el cardenal Newmann quisiera decir: “El sentido del tiempo es mi conversión”.
Quiero cambiar, necesito cambiar, puedo cambiar. También este tiempo de adviento se mide en función del proyecto que Dios tiene sobre mí. Debo continuamente abrirme a la novedad de Dios, estar disponible a dejarme renovar por Él. ¡¡¡Buen domingo!!!
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