PARROQUIA DE COLALAO DEL VALLE

PARROQUIA DE COLALAO DEL VALLE
Casa y Templo parroquial Ntra. Sra. del Rosario

miércoles, 20 de diciembre de 2017

AVISOS PARROQUIALES DICIEMBRE 2017:


Días 01, 05, 06, 07: Misas de novena en Anjuana a hs 18.
Día 08: “Inmaculada Concepción”: Misas Patronales en Anjuana a hs. 8 y a hs 10,30. En Colalao del Valle hs. 19,30.
Día 23: Misa en Yasyamayo a hs 17.
Día 24: Misas del día y de Nochebuena: en Quilmes bajo a hs. 10; en El Pichao a hs. 20,30 y en Colalao del Valle a hs. 22,30.
Día 25: Misas de Navidad en El Bañado a hs 10 y en Colalao del Valle a hs. 19,30.
Día 30: Misa en El Arbolar a hs 17.
Día 31: Misa en Anchillo a hs 17 y en Colalao a hs 19,30.
Día 1° de enero de 2018: Misa de precepto: Santa María, Madre de Dios. Jornada Mundial por la Paz. Atención, a partir de este día en algunas comunidades habrá cambios de horarios de misas.

domingo, 29 de octubre de 2017

AVISOS PARROQUIALES: NOVIEMBRE 2017


Día 01: “Día de todos los Santos”; misa y procesión en Colalao del Valle.
Día 02: “Conmemoración de todos los fieles difuntos”: Santa Misa en el Cementerio de Colalao del Valle a hs. 8; en El Bañado a hs. 9,30.
Cursillo para padres y padrinos en Quilmes centro a hs 19. Confesiones.
Día 03: Confirmaciones en Quilmes centro a hs 10.
Confesiones p/Confirmandos, padres y padrinos en El Pichao a hs 18 y en Colalao a hs 19,30.
Día 04: Confirmaciones en Colalao del Valle a hs 10.
Día 05: Misas en El Bañado a hs 10; en Talapazo a hs 17 y en Colalao del Valle a hs 19,30.
Día 11: Misa en Rincón de Quilmes a hs 17 y en Colalao del Valle a hs 19,30.
Día 12: Misa en Anjuana a hs 10; en El Pichao a hs 17 y en Colalao del Valle a hs 19,30.
Día 14: Primeras Comuniones en Quilmes centro a hs 10 (En la Escuela Centenaria).
Día 18: Misa en Yasyamayo a hs 17. Confirmaciones en El Bañado a hs 20,30.
Día 19: Primeras Comuniones en Colalao del Valle a hs 10.
Día 25: Misa en Capilla del Arbolar a hs 17 y en Colalao a hs 19,30.
Día 26: Misa en Quilmes bajo a hs 9; Primeras Comuniones en El Pichao a hs 11 y Misa en Colalao del Valle a hs 19,30.
Día 07: Misa por las Familias en la Escuela de Colalao del Valle a hs 19.

Día 29: Comienza la Novena a la Inmaculada Concepción. En Anjuana entronización de la Santa Patrona; Santa Misa y novena a hs 18. Misas de novena: jueves 30; viernes 1; martes 5; miércoles 6 y jueves 7 a hs 18.

MISAS EN CEMENTERIOS: 2 DE NOVIEMBRE 2017


MISA EN CEMENTERIOS DE LA PARROQUIA:
  • COLALAO DEL VALLE: A HS 8 A.M.
  • EL BAÑADO: A HS 9,30 A.M.
Rogar por los difuntos es, sobre todo, un signo de reconocimiento por el testimonio que nos han dejado y el bien que han hecho. Es un agradecimiento al Señor por habérnoslos donado y por su amor y su amistad. La Iglesia ruega por los difuntos en modo particular durante la Santa Misa. Dice el sacerdote: «Acuérdate también, Señor, de tus hijos, que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz» (Canon romano). Un recuerdo simple, eficaz, lleno de significado, porque encomienda a nuestros seres queridos a la misericordia de Dios. Oremos con esperanza cristiana que estén con Él en el paraíso, en la espera de encontrarnos juntos en ese misterio de amor que no comprendemos, pero que sabemos que es verdad porque es una promesa que Jesús ha hecho. Todos resucitaremos y todos permaneceremos por siempre con Jesús, con Él. (Catequesis del Papa Francisco: 30 de nov. de 2016).

lunes, 2 de octubre de 2017

PROGRAMA PATRONAL EN COLALAO DEL VALLE 2017

SÁBADO 7
-07:00 Peregrinación desde El Bañado a Colalao del Valle.
-08:00 Recepción y desayuno de peregrinos.
-10:30 Santa Misa (única del día) y  Novena  ofrecida  por : los peregrinos, Comuna  de  Colalao  del Valle,   Comerciantes,  Remiseros,   Comunidades  de  El  Paso,  Los Chañares y El Carmen.

DOMINGO 8
FIESTA PATRONAL DE “NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO”
-08:00 Salva de bombas e izamiento del pabellón nacional.
-08:15 Primera Misa.
-10:00 Solemne   Misa   Patronal   y  Procesión  presidida  por nuestro Padre Obispo Mons. José Demetrio Jiménez (OSA)
-11:30 Desfile de Instituciones y  Fortines Gauchos.
-13:30 Almuerzo Comunitario.

-14:30 Sorteo del Bingo a beneficio de Aulas Parroquiales.

domingo, 6 de agosto de 2017

COMO SAN CAYETANO, RESPONDAMOS A NUESTRA VOCACIÓN


Estimados peregrinos, devotos y promesantes del glorioso San Cayetano, en este año celebramos la Fiesta en Honor del patrono del pan y del trabajo en la “Transfiguración del Nuestro Señor Jesucristo”. Es lo que se nos proclamó en el Evangelio: Subió a la montaña y se transfiguró ante la presencia de Pedro, Santiago y Juan. Jesús revela su gloria ante testigos elegidos para apartar del corazón de sus seguidores el escándalo de la cruz y manifestar así que se cumpliría en la totalidad del cuerpo de la Iglesia lo que se dio en Él.
Quiero recordarles brevemente quién fue San Cayetano. Este hombre que hoy es popularmente conocido como el patrono del pan y del trabajo, nació en el año 1480 en el país de Italia; fue educado en la fe por su santa madre; estudió y se doctoró en Derecho y Teología. Tenía mucho amor por la vida honrada y abnegada, lo que le proporcionó valiosas amistades; a los 33 años fue ordenado sacerdote; por sus estudios y honradez, llegó a ser secretario privado del Papa Julio II. Se inscribió en una asociación llamada “Del Amor Divino” cuyos miembros se dedicaban a llevar una vida fervorosa y brindar ayuda a los pobres y enfermos. San Cayetano, viendo que se estaba dando una vida inmoral y de relajación de las costumbres, fundó junto a un entrañable amigo, una comunidad de sacerdotes que se dedicaran a llevar una vida santa y a contribuir a la conversión de vida de los demás sacerdotes y fieles laicos. Así decía San Cayetano: “Me siento sano del cuerpo pero enfermo del alma, al ver cómo Cristo espera la conversión de todos, y son tan poquitos los que se mueven a convertirse”.
¿De dónde le viene la fama de patrono del pan y del trabajo? San Cayetano era de familia rica pero se desprendió de todo y vivió austeramente, de la providencia, confiando que Dios nunca abandona ni deja en la miseria. Viendo a muchos pobres, sin trabajo, fundó asociaciones llamadas “Montes de piedad” (Montepío) que se dedicaran a prestar dinero a personas pobres y con bajísimos intereses.
San Cayetano tenía un inmenso amor a Nuestro Señor Jesucristo y lo adoraba especialmente en la Hostia Santa; su imagen preferida era la del Divino Niño; sus ratos libres los dedicaba a atender a los enfermos en los hospitales. A la edad de 67 años (1547), un 7 de agosto, murió sobre unas tablas, desgastado por su dedicación a la santificación de las almas.
Hoy hemos venido desde distintos lugares, movidos por la fe y devoción a este Santo. Hemos de recordar que San Cayetano, quiere especialmente nuestra salvación. Sí, claro que intercederá por nuestro pan y trabajo; por supuesto, pero sobre todo pedirá al Padre Celestial para que escuchemos a Jesucristo, único Señor y Salvador de los hombres. San Cayetano quiere que cada uno de nosotros respondamos debidamente  a la vocación a la que Dios nos llama. Vocación a la vida matrimonial, sacerdotal, consagrada, laical y demás. Sí, pero sobre todo quiere que no nos olvidemos que todos estamos llamados a la santidad. Es el llamado universal a la santidad. A esta vocación nadie puede huir, retardar y permanecer indiferente. Nos dice Jesús: Busquen el Reino de Dios y su justicia y lo demás se les dará por añadidura. El pan y el trabajo son muy importantes, pero más importante es la vida honrada, justa, solidaria y fraterna por la que desgastó su vida San Cayetano. ¿De qué nos sirve tener pan en abundancia (comidas, asados, fiestas, etc.) y un trabajo estable (buen sueldo, viático, adicionales, etc.) si nuestra vida cada jornada laboral, cada semana se aleja más de la vida honrada, justa, solidaria, fraterna y en paz? Es lo que dice el Papa Francisco: “No sirve mucho tener riqueza en los bolsillos cuando hay pobreza (miserias diría yo) en el corazón”.
     Hoy tenemos que pedir a Nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de San Cayetano que nos libre de esa pobreza, miseria, corrupción, negociados, sobornos, alianzas egoístas, conveniencia y aprovechamiento sin que nadie se dé cuenta que se practica entre nosotros. Esta pobreza que está en nuestro corazón es la que está dejando sin pan y trabajo a muchas personas que luchan cada día por sobrevivir. Que San Cayetano nos ayude a responder a la vocación de cada uno, pero sobre todo, que nunca dejemos de trabajar por la vocación a una vida honrada, justa, solidaria, fraterna, en armonía, paz y respetuosa de los demás.

Pbro. José Casimiro Torres.


domingo, 18 de junio de 2017

¿VER PARA CREER? NO, MÁS BIEN CREER PARA VER


Pensaba recién esto sobre Jesús en la Eucaristía. Recuerdo que Tomás (el mellizo) dijo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 25). Me pregunto a mí en primer término: ¿Quiero ver a Jesús en la Eucaristía? Respondo que sí. Entonces digo: “cree y verás a Jesús en la Eucaristía”.
Nos falta fe para celebrar debidamente en la Santa Misa a Jesús que se ha quedado en la Hostia Santa. Nos falta fe para adorar a Jesús en el Sagrario y en la capilla donde está expuesto para tal fin. Nos falta fe para recibir a Jesús en la Comunión y servirlo en los hermanos y hermanas más próximos a nosotros. Nos falta fe para conocer más y mejor a Jesús en la catequesis, en la misión y en la evangelización. Nos falta fe para ofrecer la Buena Noticia de Jesús con nuestro testimonio de cada día y con las palabras que proferimos. Nos falta fe para aceptar los caminos en los que Jesús nos pone cada día para llegar a este lugar, a esta situación, a esta persona, a esta realidad. Nos falta fe para aceptar nuestra condición de sembradores y peregrinos de esperanza y paz en todos los ambientes por donde caminamos y pasamos. Nos falta fe para ver en el otro a un hermano y hermana con quien compartimos día a día el trabajo, una tarea, los sueños, los ideales y la vida. Nos falta fe porque nos sentimos dueños de todo. Nos falta fe porque ya no luchamos contra el pesimismo, el desánimo y el rencor. Nos falta fe porque nos dedicamos de lleno al trabajo sin reconocer la grandeza de Creador y Dador de todo don. Nos falta fe porque le tenemos miedo a lo que de verdad somos y al qué dirán. Nos falta fe porque hay capacidades espirituales que se están atrofiando porque hemos dejado de usarlas y ejercitarlas.
Sí, más bien de hoy en adelante, si de verdad quiero ver a Jesús en la Eucaristía que se eleva en el Altar, debo creer. Y para creer necesito bajarme del automóvil de mi vanidad, soberbia, orgullo y altanería. Necesito, subirme a la bicicleta de la perseverancia, constancia, humildad y abnegación.
Señor, quiero verte ya aquí en la tierra. Señor, quiero contemplarte ya desde esta condición frágil y pobre. Señor, fortaléceme en la fe; que los dones de tu Espíritu me ayuden en cada situación. Señor, que tu Santa Madre sea mi refugio de pecador y amparo en mis pesares. Amén.

miércoles, 1 de marzo de 2017

REFLEXION PARA ESTA CUARESMA 2017

MIÉRCOLES DE CENIZA
Pbro. José Casimiro Torres
1 de marzo de 2017

Con esta celebración, la Iglesia, inicia el Tiempo fuerte de la Cuaresma; la Iglesia somos todos y cada uno de nosotros aquí presentes y también los que no han venido a esta celebración. Por tanto, nos animemos mutuamente a comenzar, con esperanza y propósitos firmes, este santo tiempo. 

Jesús, en su Iglesia, nos invita a tener un tiempo de interiorización, de meditación, de reflexión y de examinarnos en nuestra conciencia. Es por eso que cada una de las prácticas cuaresmales, como la oración, el ayuno y la limosna, si bien se realizarán comunitariamente, tienen que ayudarnos en lo personal a un cambio de vida, de costumbres, actitudes y proyectos contrarios a la verdad, justicia y fraternidad. La oración en la cuaresma tiene que ser el agua que calme la sed que padecemos en medio del desierto espiritual; el ayuno y la penitencia que podamos ir realizando según nuestras posibilidades, será el esfuerzo y los sacrificios para avanzar en este tiempo cuaresmal; y la limosna, o también las obras de misericordia, nos ayudarán a salir de nuestros encierros, egoísmos y autosuficiencia.

El Papa Francisco en su Mensaje para esta Cuaresma nos anima con estas palabras: “La Palabra es un don. El otro es un don”. La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016). La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. (…) La Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.

Permíteme darte estos consejos para vivir la cuaresma de un modo provechoso: 

· Dios primerea. Es lenguaje del Papa Francisco. Dios te espera ya antes de que tú vayas. La oración es el sitio perfecto para confrontarte bajo la confianza de que Dios misericordioso te llena de fuerza.

· La confesión no termina en el confesionario: Si te confiesas de haber robado 50 pesos, debes devolver esos 50 pesos a su dueño. Lo mismo con insultos, abandonos, omisiones, etcétera.

· Arrepentimiento real: Si te vas a confesar y el sacerdote te absuelve, pero no hay en ti real arrepentimiento de las faltas, entonces se puede decir que no se realizó el sacramento.

· La Penitencia: ¡Una bendición! La Penitencia no es un castigo, sino un medio para volver a Dios. Si te peleas con Pepe, volver al diálogo con Pepe reestablece el encuentro, la amistad y, por tanto, debe degustarse.

· No ayunes por ayunar: La idea es volver los ojos a lo verdaderamente importante. Una idea: si sueles desayunar más o menos por 50 pesos, los días de ayuno regala una limosna de al menos 50 pesos (recuerda mirar con amor a quien la recibirá).

· El arrepentimiento lleva al gozo: En la Iglesia Antigua, cuando un penitente volvía a la Comunión, se armaba una verdadera fiesta.

· ¡Cuaresma: Tiempo del encuentro!: Oración: Encuentro con Dios. Ayuno: Encuentro contigo mismo. Limosna: Encuentro con el prójimo necesitado.

· “Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.” (Lc 15, 20).

· La introspección es un motor para la caridad: La Cuaresma está en los hospitales, los asilos, los orfanatos, las periferias.

· No pierdas de vista el objetivo: El tiempo litúrgico de la Cuaresma dura 40 días. ¡El de la Pascua dura 50!

Ojalá que nuestra parroquia y sus capillas, caminemos por el camino de la Cuaresma y que animemos a los demás a caminar con nosotros. Que no los cuestionemos sino que sencillamente los invitemos y sobre todo demos testimonio. A Nuestra Madre Santísima le confiamos nuestros pasos y también nuestras vacilaciones; que Ella con su mirada nos anime todos los días a seguir paso a paso por este santo camino cuaresmal. Que así sea.

sábado, 28 de enero de 2017

CARTA PASTORAL PARA EL AÑO VOCACIONAL

«Llamó a los que Él quiso…» (Marcos 3, 13)
Carta pastoral de monseñor José Demetrio Jiménez OSA, obispo prelado de Cafayate, con motivo de la convocatoria del «Año Vocacional» en la Prelatura del 19 de marzo al 26 de noviembre de 2017
(Dado en Cafayate el 25 de enero de 2017) 
En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo:
- Éste es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó:
- ¿Qué quieren? Ellos le contestaron:
- Rabí (que significa maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
- Vengan y lo verán.
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde (Juan 1, 35-42)

Con la Palabra de Dios puede sucedernos como le ocurrió a aquel violinista que se puso a tocar hermosas piezas en la plaza de un pueblo donde que la mayoría de los habitantes eran sordos. Una de las familias que sí podía oír escuchó y sintió la agradable necesidad de bailar. Al poco tiempo la plaza se llenó de personas que reprendían a los bailarines. ¡Pensaban que se habían vuelto locos! 

La Palabra de Dios conforma un peculiar lenguaje. Quien quiera entender ha de apreciar sus signos, aprender sus significados, comprender el contexto en el que se realizan, atender a su repercusión en la vida. De otro modo no llegará a interiorizarla y concretarla, experimentarla, vivirla. 

Supongamos que nos encontramos con una persona que habla una lengua para nosotros extraña y nos quiere transmitir algo. Tal vez pueda decirnos cosas maravillas, hermosas frases con sublimes contenidos, palabras que develan inescrutables misterios. Pero como desconocemos su lenguaje no entenderemos nada... Por eso es interesante la advertencia del Salmo 40, 7: el Señor pide «un oído atento, que escuche». 

Estar atentos, observar, escuchar 
El Evangelio refiere que Jesús pasaba por donde estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos. Era un lugar desértico. Pareciera que Jesús caminaba solo. Juan, fijando en Él su mirada, lo señaló: «Éste es el Cordero de Dios». Tras la indicación de su maestro, los discípulos de Juan siguieron a Jesús. No sabemos cuáles eran sus intenciones. Quizá en un primer instante fuera la curiosidad. 

Jesús se da cuenta y pregunta: «¿Qué quieren?». Y responden: «Maestro, ¿dónde vives?». Jesús no les da ninguna dirección, sino que les hace una invitación: «Vengan y lo verán». El Evangelio señala la hora, hacia las cuatro de la tarde... Jesús pasa… Y Juan está atento... Si no hay disponibilidad para la observación en vano pasa Jesús, si no hay disposición para la escucha en vano hace Juan su indicación. No son los discípulos de Juan los que salen al encuentro de Jesús: es Jesús quien ha salido a buscarlos. Y espera que ellos se den cuenta... 

Discernir 
«Samuel, que todavía era joven, servía al Señor bajo el cuidado de Elí. En esos tiempos no era común oír palabra del Señor, ni eran frecuentes las visiones.
Elí ya se estaba quedando ciego. Un día, mientras él descansaba en su habitación, Samuel dormía en el templo, donde se encontraba el arca de Dios. La lámpara de Dios todavía estaba encendida. El Señor llamó a Samuel, y éste respondió:
- Aquí estoy.
Enseguida fue corriendo adonde estaba Elí, y le dijo:
- Aquí estoy, ¿en qué puedo servirle?
- Yo no te he llamado, respondió Elí. Vuelve a acostarte. Y Samuel volvió a su cama.
Pero una vez más el Señor lo llamó:
- ¡Samuel, Samuel!
Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo:
- Aquí estoy, ¿en qué puedo servirle?
- Hijo mío, respondió Elí, yo no te he llamado. Vuelve a acostarte.
Samuel estaba confundido, porque todavía no conocía la voz del Señor, ni su palabra se le había revelado.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel. Él se levantó y fue adonde estaba Elí.
- Aquí estoy, ¿en qué puedo servirle?
Entonces Elí se dio cuenta de que el Señor estaba llamando al muchacho y le dijo.
- Ve y acuéstate. Si oyes otra vez que te llaman, di: “Habla, Señor, que tu servidor escucha”.
Así que Samuel se fue y se acostó en su cama. Entonces el Señor se le acercó y lo llamó de nuevo:
- ¡Samuel! ¡Samuel! Y él contestó:
- Habla, Señor, que tu servidor escucha (1 Samuel 3, 1-10)

El llamado a veces no es claro y uno puede confundir las palabras y su procedencia, como le sucedió a Samuel. No se daba cuenta de quién le llamaba, pero sí tenía la disponibilidad necesaria para la escucha y la disposición debida para el servicio: acudía al lado del anciano Elí pensando que era él quien lo necesitaba, y él le ayudó a discernir el llamado de Dios. 

Nosotros, cristianos de la Prelatura de Cafayate, hoy, usted y yo, ¿vivimos atentos a la Palabra de Dios? ¿Frecuentamos su escucha? ¿Le prestamos atención cuando la oímos? ¿Estamos dispuestos a ponerle no sólo oído, sino «corazón», cuando nos habla? ¿Estamos atentos al paso de Jesús? ¿Habrá pasado ya varias veces y no nos habremos dado cuenta? ¿Cuáles son las palabras y las presencias que atraen mi atención? 

Jesús se dirige también a nosotros, que vamos en pos de Él, y nos pregunta: «¿Qué quieren?» El seguimiento de Cristo no es cualquier cosa. No es una bella teoría, no es un hermoso discurso, no es un reclamo publicitario. Es un llamado personal. Ir con Jesús no es anotarse a un club, no se entra en su escuela pagando una cuota, no consiste en inscribirse en un partido cuyos ideales atraen o cuyas conquistas interesan. No se consigue comprando un carné ni inscribiéndose en un registro… 

«¿Qué quieren?», pregunta Jesús. ¿Atenerse a unas normas que aprendieron hace tiempo y transgreden con frecuencia? ¿Conseguir tranquilidad de conciencia? ¿Ser tenidos por buenos? ¿Alcanzar éxito? ¿Que todo les sea favorable? ¿Pasarla bien? ¿Ser considerados más? 

«¿Qué quieren?», pregunta Jesús. Y si respondemos como los discípulos de Juan el Bautista, Él dirá: «Vengan y lo verán». Ser cristiano no es la consecución de un título como mérito de unos conocimientos. Tampoco es un estatus social. Es un encuentro con Jesús de Nazaret, quien nos revela lo que somos: hijos de Dios, en muchas ocasiones extraviados por los caminos de la vida, sin darnos cuenta que Él pasa con frecuencia delante de nosotros ¡buscándonos! 

Esto lo había aprendido muy bien san Pablo: no es Pablo quien se ha posesionado de Cristo, sino Cristo de Pablo (cf. Gálatas 2, 20). Por eso es tan importante la hora, el momento en que Jesús pasa y se queda en nuestra vida. 

«Eran alrededor de las cuatro de la tarde». ¿Cuál habrá sido, estará siendo o será la hora para mí? 

Quizá esta sea nuestra hora, no la dejemos pasar. Hora de decidirnos a estar con Jesús para siempre, en cualquier momento y circunstancia, también en el camino de la cruz. Y discernir nuestro lugar en su Iglesia, en la comunidad de fe que lo sigue y lo anuncia, que nos hace discípulos misioneros, enviados, apóstoles. Para que se haga realidad en nosotros su promesa: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor» (Juan 15, 9). 

Proponer 
“Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Juan 15,11): este es el proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todos los tiempos y, por tanto, también para todos los jóvenes y las jóvenes del tercer milenio, sin excepción. / Anunciar la alegría del Evangelio es la misión que el Señor ha confiado a su Iglesia.

Con estas palabras comienza el Documento preparatorio de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada para octubre de 2018 y que lleva por título: «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». 

Para un cristiano el sentido de su vida -como la de Jesús- es el amor, amor de caridad, es decir: el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu para que lo transmitamos por doquier (cf. Romanos 5, 5). En esto hemos de estar siempre renovándonos, convirtiéndonos, «cristificándonos»: nuestra vida es don de amor, fruto de su misericordia. 

Don es dar: Dios da lo que es, Amor, y es Él quien nos ha llamado. No se da en solitario, sino en «projimidad», en «trinidad» (yo - tú - él = nosotros), en familia, en comunidad, en pueblo. Nuestra «vocación» es amar, porque en eso consiste el seguimiento de Jesús, que nos llama a transitar este camino con Él y la humanidad entera, particularmente con los que están más cerca. 

La vocación no se tiene ni se posee, se recibe y nos posee, nos contiene. No se consigue con el propio esfuerzo, sino que se recibe con la disposición debida tras la escucha del decir de Dios en su Palabra, en la tradición, en la historia personal, en la comunidad de fe. Es un acontecimiento que nos introduce en el corazón de Dios y en la vida de la Iglesia de un modo concreto, específico, particular. Es una peculiar semilla depositada en la tierra de nuestro corazón: ya ha sido plantada, pero hay que cuidarla para que eche raíces y no se pudra, regarla para que germine y no se seque, cultivarla para que crezca, fumigarla para que no la aniquilen las plagas, abonarla para que se robustezca y no la arrasen las tormentas, supere los fríos y madure el fruto esperado. 

Dios nos llama a esto: a amar con Él, por Él y en Él, al seguimiento de Jesús, a la configuración con su Ungido, el Mesías, el Cristo. «Mi amor es mi peso. Por él soy llevado a donde quiera que voy», escribió san Agustín (Confesiones 13, 9). La grandeza de las cosas se mide por su bondad. Lo bueno es nuestra meta, la excelsa bondad del Amor. Y por amor de lo bueno se hacen compromisos, que en el lenguaje religioso se dicen «votos»: «Hagan votos al Señor, su Dios, y cúmplanlos» (Salmo 76, 12): en el noviazgo, en el matrimonio, en la vida religiosa, en los ministerios ordenados (diaconado, presbiterado, episcopado), en cualquier estado de vida y en cualquiera de sus opciones. 

«Cada uno haga los votos que pueda y los cumpla –decía san Agustín-. Con el fin de que no suceda que prometan y no cumplan, cada uno prometa lo que pueda y lo cumpla. No sean perezosos en hacer votos, pues no los han de cumplir con sus propias fuerzas. Desfallecerán si presumen de ustedes mismos. Si confían en Aquel a quien prometen, prometan, pues lo cumplirán seguros» (Comentario al salmo 75, 16). «Voto» es ofrenda, promesa, deseo: ofrecimiento de sí, propósito de cumplir lo ofrecido, anhelo de reflejar en sí mismo la imagen de aquel respecto del cual uno se hace ofrenda, Jesús de Nazaret, testimonio fehaciente del amor oblativo de Dios, que lo entrega todo, que no se queda con nada, que se da a sí mismo. 

Seguir 
Llamó a los que Él quiso. Y ellos lo siguieron. Eligió a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos… (Marcos 3, 13)

«La vocación al amor asume para cada uno una forma concreta en la vida cotidiana a través de una serie de opciones que articulan estado de vida (matrimonio, ministerio ordenado, vida consagrada, etc.), profesión, modalidad de compromiso social y político, estilo de vida, gestión del tiempo y del dinero, etc. Asumidas o padecidas, conscientes o inconscientes, se trata de elecciones de las que nadie puede eximirse. El propósito del discernimiento vocacional es descubrir cómo transformarlas, a la luz de la fe, en pasos hacia la plenitud de la alegría a la que todos estamos llamados» (Documento preparatorio de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, introducción). 

Jesús no oculta a sus discípulos los desafíos que les esperan. Habla claro desde el principio. «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y la Buena Noticia, la salvará» (Marcos 8, 34-35). Perder para ganar, dar para obtener, entregarse para vencer… 

¿Conocemos el juego del «dominó»? Es un juego de mesa curioso: se gana perdiendo. Gana el que primero pierde sus fichas... No es como otros juegos, en los que gana el que más puntos consigue tener entre sus manos. ¡No! En el «dominó» el que triunfa es el que primero llega a «tener nada». 

Con frecuencia nos sentimos seducidos por frases como estas: «Consigue lo más que puedas», «disfruta lo más que puedas», «posee lo más que puedas». «El sabor del encuentro es disfrutar del momento: ¿por qué dejarlo pasar?», fue hace años el lema de una afamada marca de cerveza. Jesús nos propone aprovechar el momento y disfrutarlo, pero desde otra perspectiva: «Da todo lo que puedas», «comparte lo más que puedas», «date por entero»... Nadie podrá quitarte lo que ya diste, lo único que conservarás será el corazón generoso hecho grande por el desprendimiento de lo que entregaste. «A nadie deban más que amor», dice san Pablo (Romanos13, 8). El amor –escribió san Agustín- crece cuando se da, aumenta cuando se entrega (cf. Carta 192, 1). 

Hacerle caso a Jesús: ese es el contenido del desafío. Y hacerlo eficazmente, poniéndolo todo sobre la mesa, sin trampas, como en el «dominó». Poner en Él toda nuestra confianza, en Él, Pastor bueno, Buen Pastor, que conoce los senderos, ha explorado los cerros, se ha adentrado en las quebradas, ha atravesado los ríos, ha perdido la tranquilidad de una buena posición y el sosiego de una hermosa casa para guiar a los suyos por los mejores senderos, para prevenirles y evitarles en la medida de lo posible los peligros, para conducirles a buenos pastos por caminos adecuados (cf. Juan 10, 13-15; Filipenses 2-11). 

De este maestro somos discípulos, «Cordero de Dios» que se puso en la fila de los penitentes para acompañar a los pecadores que iban a ser bautizados por Juan en las aguas del río Jordán, continuando la dinámica de la «kénosis» (anonadamiento, vaciamiento, desprendimiento) propia de la encarnación de Dios: nacido en el lugar donde pernoctan y comen los animales, hijo de una madre sencilla, cuidado por un padre trabajador, vecino de un pueblo de mala fama… que no vino a presentarse con el título de una prestigiosa escuela rabínica –las universidades de entonces-, ni hizo alarde de su «curriculum». Es a Jesús de Nazaret a quien Dios ratifica como Mesías: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección» (Mateo 3, 17). «Este», no otro... «Este» que nos acompaña siempre, particularmente cada vez que nos ubicamos en la fila de los penitentes… 

¿Cómo darme cuenta si verdaderamente soy su discípulo? ¿Cómo darnos cuenta si estamos o no siendo de los suyos? ¿Cómo discernir los caminos de su seguimiento? San Agustín muestra un criterio en sus Confesiones. Es buen discípulo del Señor quien hace profesión de fe, esto es, quien «confiesa» la bondad de Dios y reconoce su gracia en la vida, más poderosa que la fragilidad y el pecado. Quizá estos puedan ser algunos indicios: 

- Cuando un buen discípulo comete un error, por grande y escandaloso que sea, dice: «Me equivoqué, reconozco mi pecado, pido perdón» (cf. Lucas 15, 21; cuando un mal discípulo comete un error, la culpa la tienen los otros... (cf. Lucas 15, 29).- Un buen discípulo afronta los desafíos, busca respuesta a las situaciones problemáticas, por grandes que sean (cf. Juan 8, 7); un mal discípulo da vueltas y vueltas, no asume los desafíos ni afronta las situaciones, y con frecuencia pretende soluciones mágicas, que no le impliquen conversión... (cf. Juan 8, 9). 

- Un buen discípulo se compromete con el bien y pone en él la vida, aun cuando se equivoque (cf. Lucas 19, 8); un mal discípulo hace falsas promesas y elabora discursos vacíos... (cf. Lucas 18, 24). 

- Un buen discípulo dice: «Soy bueno, pero no tan bueno como a mí me gustaría ser» (cf. Lucas 18, 13); un mal discípulo dice: «No soy tan malo como lo es mucha otra gente»... (cf. Lucas 18, 11-12). 

- Un buen discípulo escucha, comprende y responde (cf. Mateo 13, 10-11); un mal discípulo sólo espera que le den la razón y lo alaben, hacer la suya… (cf. 2 Timoteo 3, 1-2) 

- Un buen discípulo respeta a los buenos y trata de aprender algo de ellos (cf. Juan 1, 47); un mal discípulo se resiente con aquellos que son mejores y trata de encontrar sus defectos para ponerlos en evidencia, incluso provocando y tendiendo trampas... (cf. Lucas 6, 7). 

El buen discípulo es quien tiene en la vida la misma disposición que el que juega al «dominó»: gana quien pone sobre la mesa todo lo que tiene, todo lo que es... En esto consiste la vida cristiana, la de todos los cristianos. 

Concretar 
Proponemos un Año Vocacional en la Prelatura durante el 2017, integrado en nuestra dinámica sinodal iniciada el 30 de junio de 2014. Comenzará el 19 de marzo, fiesta de San José, y concluirá el 26 de noviembre, fiesta de Jesucristo Rey del Universo. 

Qué es. Un tiempo pastoral dedicado a orar, reflexionar y discernir el llamado que Dios nos hace a su seguimiento (somos «discípulos» de Jesús) y la misión que nos encomienda (somos sus «apóstoles») como ministerio («servicio») en su Iglesia. 

Objetivo general. Promover una «cultura vocacional» al estilo de Jesús de Nazaret. 
Por cultura vocacional entendemos el propósito de cultivar entre nosotros un ambiente de fe que proponga: 

- Que estamos en el mundo por voluntad de Dios y vivimos por providencia suya, no por accidente ni por casualidad, no por azar ni abandonados a la arbitrariedad. 

- Que Dios nos ha otorgado una serie de dones para el enriquecimiento de la comunidad («carismas») que hemos de encarnar en servicios concretos («ministerios»). 

- Que estamos llamados a cultivar nuestra fe desde valores como el servicio, la humildad y la gratuidad. 
a) Servicio - Escuchamos la Palabra de Dios, celebramos los sacramentos y anhelamos ser cauces de la gracia («obediencia») – Mateo 25, 34-40; 

b) Humildad - Reconocemos que lo que somos por gracia de Dios lo somos 
(«pobreza») – Lucas 17, 10; 

c) Gratuidad - Aceptamos de corazón que el premio del amor es el Amor mismo («castidad») – [c]1 Juan 4, 16-19. 

Objetivos específicos 
- Proponer la pregunta vocacional en sentido amplio y específico, despertando en niños, adolescentes, jóvenes y adultos el interés por involucrarse en los servicios parroquiales y diocesanos. 

- Profundizar en la dimensión vocacional del matrimonio y los diferentes estados de vida. 

- Incentivar y acompañar los ministerios laicales como proyecto de vida. 

- Instalar en la vida parroquial y diocesana la pregunta sobre el llamado de Dios al ministerio ordenado (diaconado y presbiterado) y a la vida religiosa. 

Acciones que tendríamos que decidir y concretar. 

Algunas sugerencias: 

- Incluimos una petición por las vocaciones en la Oración de los Fieles de todas las misas. 

- Proponemos la pregunta vocacional en la catequesis, según los niveles correspondientes. 

- Creamos en cada parroquia la Escuela de Ministerios. 

- Organizamos convivencias y retiros vocacionales en sentido amplio y específico. 

Orar 
Cerca ya del primer jubileo de nuestra Prelatura, con motivo de los 50 años de su fundación (1969-2019), invocamos la intercesión de nuestra patrona la Virgen del Rosario. 

Agradecidos imploramos de nuestro Padre del Cielo los «milagros» que necesitamos para la beatificación de Mons. Diego Gutiérrez Pedraza, nuestro primer obispo, agustino de feliz memoria y reconocida virtud, discípulo misionero de Jesús, apóstol de su Evangelio, quien –como reza la oración para pedir su glorificación- «se distinguió por su cuidado pastoral y por su caridad alegre». Nuestra Prelatura ha sido constituida recientemente como foro competente para el desarrollo de su causa de beatificación. 

Pido a todos los católicos de nuestra comunidad eclesial que oremos a Dios por la intercesión de Mons. Diego, difundiendo la devoción a su persona, para que el proceso iniciado llegue a buen término. Dios quiera que un fruto de nuestra oración sea el discernimiento de las vocaciones y la concretización de los ministerios laicales y ordenados que necesitamos. Hagámoslo, por favor, por el bien de nuestro pueblo y para la edificación de nuestra Iglesia local. 

Fraternalmente en Jesús, María y José, 

Mons. José Demetrio Jiménez OSA, obispo prelado de Cafayate

sábado, 21 de enero de 2017

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO: 3° del tiempo ordinario, A

El seguimiento de Jesucristo conlleva conversión permanente

Mt 4, 12-23

"A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 4,17). Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres» (Mt 4, 19. 21).

El término "conversión" (metanoia) es un concepto que sintetiza todo cuanto Jesús quiere del hombre, resume todo lo que debe ocurrir en el hombre respecto al Reino que está cerca. En definitiva significaría lo que Jesús exige, que según Mateo es el seguimiento. Esta conversión es exigida por la llegada del Reino; tal cual como lo rezamos en el Padre Nuestro. El llamado de Jesús a prepararse para la irrupción del Reino fue dirigido a todos, pero muy pronto eligió un grupo de discípulos a los cuales instruyó de una manera especial y con los cuales comenzó a formar la comunidad que se llamó “Iglesia” (los llamados o convocados).

Decir “Reino de Dios” es lo mismo que expresar “Dios reina”. La historia de Jesús es la última intervención de Dios en la historia y, por esto, el Reino se hace presente en la Persona de Jesucristo. Pero el Reino alcanzará su plenitud en el juicio final con la venida del hijo del hombre en la gloria. Hay y habrá siempre una tensión que se resuelve, en parte, a nivel personal ya que lo que falta para que el Reino se haga presente es la respuesta humana, la fe y la conversión (1,15). Toca al hombre recibirlo creyendo en él y viviendo según él; y, de esta manera, comienza a hacerse presente el Reinado de Dios entre los hombres.

El Reino de Dios ya está entre nosotros, su llegada se dio de parte de Jesús, ahora falta la respuesta mía y tuya; la respuesta, mía y tuya, es el seguimiento, nuestro discipulado es la conversión permanente e irrenunciable. El llamado a la conversión por la llegada del Reino, es un llamado que no tiene exigencias previas sino posteriores.  Jesús no llama a los mejores. Viene a mi memoria aquella expresión que es más que un juego de palabras: Jesús no elige a capacitados sino que capacita a los elegidos.

Feliz domingo!!!

sábado, 14 de enero de 2017

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO: 2° del tiempo ordinario, A

¿Quién es Jesús y cuál es su misión? ¿Quién soy yo y cuál es mi misión?
Jn 1, 29-39

Dios nos dice, “este es mi Hijo amado en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3, 17); Juan dice: “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). 

Nunca conoceremos del todo al Señor. El conocimiento de Jesús que nos da la Biblia, no se reduce a lo intelectual, a las ideas, sino que implica comunión, intimidad, experiencia. 

Por un lado nos dice el Padre-Dios: “es mi Hijo amado” y por otro lado nos dice Juan Bautista: “es el Cordero de Dios”. El cordero es símbolo del inocente; de aquel que ningún mal puede hacer y por el contrario, sí recibirlo. Jesús, como Hijo amado del Padre, es inocente y será quien asumirá el pecado de mundo para quitarlo; he aquí su identidad y su misión. Jesús vino, como decía el Papa Francisco, «para perdonar, para traer la paz al mundo, pero antes al corazón. Tal vez cada uno de nosotros tiene un tormento en el corazón, tal vez tiene oscuridad en el corazón, tal vez se siente un poco triste por una culpa... Él vino a quitar todo esto, Él nos da la paz, Él perdona todo. “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado”: quita el pecado con la raíz y todo» (Homilía del 19 de enero de 2014). 

Juan Bautista vio, creyó y testimonió; ve a Jesús que viene y reconoce en Él al Cordero de Dios, al preexistente, al lleno del Espíritu Santo, al Hijo de Dios. Esto nos toca ahora a nosotros: ver, creer y testimoniar. Jesús también viene hoy a nuestra vida y tenemos que lograr ver – experimentar – la fuerza de su amor que nos quita, perdonando, el pecado de nuestra vida; hace triunfar el bien sobre el mal que habita en nosotros. Por eso la mejor definición del cristiano (y que tanto gusta repetir al Papa Francisco) es que somos pecadores perdonados, débiles fortalecidos, hijos rebeldes pero amados. Cada uno de nosotros, debemos aprender a ver y oír lo que pasa por nuestro propio corazón enfermo para experimentar allí la redención que obra Jesús. En el horizonte de la futura misión del discípulo esto es fundamental porque aunque no hayamos sido testigo de lo que Jesús obró en otros en Galilea, sí podemos testimoniar lo que el Señor ha hecho en nuestra vida.