PARROQUIA DE COLALAO DEL VALLE

PARROQUIA DE COLALAO DEL VALLE
Casa y Templo parroquial Ntra. Sra. del Rosario

domingo, 9 de febrero de 2014

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO (5° T.O. "A")

UNA MISIÓN NADA FÁCIL, PERO NADA MEJOR QUE SER SAL Y LUZ
(Mt 5, 13-16)

Ser sal y luz; ¡qué misión la que nos dejó el Señor! Nada fácil y nada mejor que ser sal y ser luz.  La sal da sabor a los alimentos y, antiguamente, servía para preservar algunos alimentos de la corrupción. La luz es tan necesaria que, sin ella, nuestros ojos no servirían. Ya ven ¡qué misión la que Jesús nos dejó!
Donde está la luz (o sea cada uno de nosotros iluminados por Cristo), se distingue el camino y las piedras, la flores y las espinas, lo bueno y lo malo, la gracia y el pecado.

Ahora, no somos sal para hacer subir la presión y producir desastres en las personas; no somos luz para encandilar y cegar los ojos de los demás. Pero tampoco somos sal que pierde su sabor y luz que se coloca debajo del cajón. 

Esto que encontré por allí les comparto (
LUIS GRACIETA
DABAR 1990/13):


La luz es fuente de vida, es alegría, es posibilidad de moverse, capacidad para saber por dónde nos movemos; la sal da sabor a las comidas, las conserva, las hace perdurar. Ser luz o ser sal, de forma real o de forma simbólica, es algo importante; tan importante que el propio Jesús llegará a decirnos que tenemos que ser luz y sal. Pero hay sal en condiciones y hay "sal tonta", como dice literalmente el Evangelio de hoy; y también hay luces y luces.


Hay hombres que se sienten llamados a ser luz para las vidas del prójimo, y tratan de transmitir su convicción a los demás... por las buenas o por las malas; personas que, ciertamente cualificadas para desempeñar ciertas misiones, empiezan realizando un servicio (social, político, económico, ideológico...) a la sociedad, para terminar, en no pocas ocasiones, subyugándola, sometiéndola, tiranizándola. La luz que aportaron en un primer momento acaba por volverse cegadora, deslumbradora, un incendio de opresión que lo arrasa todo para terminar en un fuego fatuo, pero mortal.

Sin embargo, no todas las luces son iguales; hay otras que no siempre son reconocidas como tales; luces que alumbran sencillez, desde vidas muchas veces anónimas e ignoradas; luces que no ciegan ni deslumbran, sino que iluminan cálidamente el sendero de la vida, de sus propias vidas y de las de aquéllos que les rodean; luces que son frecuentemente paradójicas: luces que dan sentido a la vida desde el propio sacrificio, como los seis jesuitas y las dos colaboradoras recién martirizados en El Salvador; luces que iluminan el oscuro anonimato de personas que mueren tiradas en la calle, como el caso de Teresa de Calcuta y sus misioneras de la Caridad; luces que no se presentan como la única luz, sino que se saben y se sienten mediadoras de la única Luz que realmente puede iluminar a los hombres, como es el caso de tantos catequistas, de tantos agentes de la Palabra, de tantos evangelizadores... que se sienten llamados a proclamar la Buena Noticia del Reino de Dios.

Todos ellos, y otros muchos, sienten que sus vidas han sido iluminadas por la Luz de Cristo; y saben que su única posibilidad es convertirse en transmisores de esa Luz; una Luz de la que no son propietarios ni únicos administradores; una Luz que es inagotable en sí misma, inabarcable por solo un hombre, inapresable en moldes, instituciones y jerarquías. La Luz de Cristo, como todo lo de Dios, es paradójica: es la Luz de la fe que siempre se teje sobre la incertidumbre, la Luz de la vida que nace con más fuerza justo en el momento de la muerte, la Luz del amor que se hace pleno cuando es capaz de la renuncia total, la Luz de la confianza que se apoya en un salto en el vacío, la Luz de la esperanza que se mantiene contra toda esperanza, la Luz de la convicción nacida en el corazón de las apariencias adversas, la Luz de la bienaventuranza descubierta en la pobreza o en la persecución, la Luz del Dios Rey encontrada en la cruz en la que muere.