PARROQUIA DE COLALAO DEL VALLE

PARROQUIA DE COLALAO DEL VALLE
Casa y Templo parroquial Ntra. Sra. del Rosario

miércoles, 8 de diciembre de 2010

DEL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS, ¡LIBRAME, SEÑOR!

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Es una alegría reunirnos en este día de fiesta. Esta es una celebración que nos invita a la esperanza y a la alegría. Hoy celebramos y contemplamos a María; y contemplar a María es contemplar el Evangelio en todo su esplendor. Es contemplar una obra de Dios sin interrupciones, sin borrones, sin manchas. Ella es el modelo de la Iglesia, y como Ella es ahora, así tendrá que ser la Iglesia un día; es decir, cada uno de nosotros.


¿Qué celebramos? La Inmaculada Concepción de la Virgen María. ¿Cuándo fue Ella concebida y de quiénes? De sus papás, a los cuales la tradición les asigna los nombres de Joaquín y Ana. De la unión de amor entre Joaquín y Ana, nació María. Fue concebida Ella en esa unión y de esa unión. ¿Y qué hay de novedad en ello? La palabra "inmaculada" quiere decir sin mancha. ¿Y a qué mancha se hace referencia? Se hace referencia al pecado original. De modo que esta fiesta, para ser debidamente entendida, hay que mirarla en el contraste con esa otra realidad triste, la realidad del pecado y en particular, la realidad del pecado original. Sólo cuando comprendemos la gravedad, la profundidad y la extensión de eso que se llama el pecado original, sólo con esa comprensión podemos debidamente entender qué quiere decir la Inmaculada Concepción de María, puesto que Ella, precisamente, fue librada de las consecuencias de ese pecado original.


[“Después que el hombre y la mujer comieron del árbol que Dios les había prohibido…” (Gn 3,9-15.20). “Canten al Señor un canto nuevo, porque Él hizo maravillas” (Sal 97,2). “Bendito sea Dios, el Padre de N.S.J., que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Ef 1,3). “El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: ¡Alégrate!, llena de Gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,27)].


Y por supuesto, de ese pecado es del que nos habla la primera lectura de hoy. En nuestro tiempo la idea misma del pecado se ha desvanecido o mejor, se está perdiendo. Para algunas personas nada es pecado: todo son opciones, todo son gustos, todo son tendencias. Si mi tendencia es tal o cuál, ésa es mi manera de ser y todo el mundo tiene que respetarla. Y siendo así, es mucho más difícil descubrir qué quiere decir el pecado original, y por lo tanto resulta difícil también comprender cuál es la victoria divina que celebramos en esta fiesta de hoy.


Ante todo tengamos en cuenta que nuestra Iglesia enseña sobre el pecado dos cosas. En el pecado hay dos dimensiones: una se llama la culpa y la otra se llama la pena.


La culpa implica un acto de rebeldía, un acto de desobediencia, un acto de distanciamiento del querer divino. La culpa se da en el momento mismo en el que la voluntad decide retirarse, apartarse del querer divino. Mas, al apartarnos del plan divino, nos afeamos, nos deformamos. Esa deformidad es lo propio de la culpa. Pero, además está la otra dimensión que es la pena. Obsérvese que la culpa es algo que está en el sujeto: es el acto de su voluntad. La culpa tuya es tuya y no mía, y la culpa mía es mía y no tuya.


Entonces, ¿qué es la pena? Mira, si la culpa es el aspecto subjetivo, el aspecto del sujeto, la pena es la consecuencia objetiva que tiene ese acto desordenado que llamamos el pecado. El ejemplo que podemos utilizar es el de la persona que ha sido demasiado aficionada al alcohol. Ese acto de exceso en la bebida es una serie de culpas. Pero, además, hay un daño objetivo. Ese daño es su hígado: se ha arruinado. Cuando este hombre resulta con cirrosis, entonces quizás él ya dejó el alcohol, ya se arrepintió de eso, ya le pidió perdón a la familia, ya se confesó, ya recibió la absolución. Todo lo que tú quieras, pero hay un aspecto permanente que es la consecuencia objetiva del pecado. Ese aspecto objetivo del pecado es lo que se llama la pena.


Muy bien, con ese esquema miremos en qué consiste lo del pecado original. ¿Qué es lo que sucede en la transmisión del pecado original? Pues, es muy sencillo. Lo que sucede es que lo que se transmite no es la culpa sino la pena. Es decir, nosotros no estamos afirmando que un bebé, -por ejemplo, cuando va a ser bautizado un bebé que puede tener dos meses de nacido o lo que sea-, no estamos diciendo que ese bebé ya es culpable. Por eso a veces los papás y las mamás preguntan: "Sí, vamos a bautizar a nuestro hijo, pero, ¿qué culpa tiene? ¿Qué pecado ha cometido?" Por supuesto que el bebé no ha cometido ningún pecado. En él no hay culpa, ni el pecado original es una culpa que se va transmitiendo de padres a hijos, a nietos. El pecado original es una consecuencia del primer pecado: una consecuencia, una pena que pasa de padres a hijos, de hijos a nietos.


¿Se entiende? “Más o menos”. Vamos a tratar de comprender un poco más con una comparación sobre el ambiente. ¿Qué es una atmósfera? ¿Qué es un ambiente? Es muy difícil de precisar. Digamos mejor: ¿En qué consiste un ambiente agradable? Cuando uno va a una reunión y afirma: "Había muy mal ambiente", eso, ¿qué quiere decir? Es difícil ponerlo en palabras. Pero, todos sabemos en qué consiste: es como una sensación difusa de desconfianza generalizada. Resulta que hay ambientes que son como pegajosos. Por ejemplo, el egoísmo tiende a producir más egoísmo. Los hijos de papás egoístas suelen salir bastante egoístas. Y el pecado, lo mismo que los malos olores, es bastante contagioso. Las mentiras producen más mentiras, el egoísmo produce más egoísmo, la violencia produce más violencia. Un ambiente violento produce gente que a su vez engendra violencia y suscita nuevos ambientes violentos en otras partes. Los ambientes son pegajosos y a veces es difícil desprenderse de ese ambiente, esa atmósfera en la que uno ha crecido de niño. Por poner el caso, las personas que han tenido una infancia marcada por la soledad, el abandono, la tristeza, difícilmente logran quitarse esas marcas, esas llagas de su alma. Claro que puede suceder, pero es bien difícil. Porque, a donde van, llevan esa especie de tristeza: es como un mal ambiente que producen esas personas. Pues, el pecado original es algo así como ese ambiente. Es decir, la manera como nosotros hemos sido engendrados y lo que hemos encontrado al venir a este mundo, es una especie de resistencia sorda, de rebeldía ante Dios. No empezamos a existir en un ambiente neutro sino en un ambiente contaminado. Y nuestros papás no pueden darnos algo mejor, porque ellos mismos tampoco han tenido algo mejor.


El ser humano desde la infancia experimenta que las cosas buenas, si son arduas, causan resistencia, mientras que las cosas malas, si son deleitables, tienen un poder, una atracción, tienen algo que nos seduce. Esa seducción que tienen las cosas malas pero agradables, es lo que la teología llama concupiscencia. El pecado original ha dejado nuestra voluntad herida por la concupiscencia, y nuestra inteligencia la ha dejado marcada por una especie de pereza, una dificultad para buscar lo verdadero.


¡Y eso cómo es de cierto, por Dios! ¡Qué cosa tan difícil es encontrar un ser humano que busque lo verdadero! No lo que está de moda, no lo que es más popular, no lo que se vende más, no lo que da más gusto, sino lo verdadero: hombres que estén fascinados, apasionados por la verdad, hombres o mujeres. ¡Qué poquitos son! Por el contrario, la inmensa mayoría de nosotros navegamos por los ríos de esta vida dejándonos llevar por la moda, la costumbre, lo que dicen los medios de comunicación, lo que todo el mundo hace. Somos repetidores de comportamientos y nuestra inteligencia reposa perezosamente sin preguntarse a fondo y en serio dónde está la verdad. Esa especie de pereza que tiene la inteligencia para seguir un discurso, para analizar un razonamiento, para no dejarse llevar por las apariencias, esa lentitud, esa dificultad y esa ignorancia de la inteligencia, ese oscurecimiento del entendimiento, también es obra del pecado original.


Pues bien, nosotros estamos celebrando hoy que por una especial dignación, por un regalo especialísimo de Dios, en vistas a la Redención que habría de venir por Cristo, Dios le dio un espacio inmenso de libertad al Corazón de esta Niña que fue concebida de sus papás, pero que fue concebida sin ese peso que nosotros conocemos como concupiscencia y como lentitud y oscurecimiento de la inteligencia. María fue concebida como nosotros, pero hubo un regalo, una gracia especialísima que recibió. ¿Para qué? Para que pudiera realizar a plenitud la obra de formar a Cristo. No era la misión de Ella únicamente darle un cuerpo a Cristo. María no es simplemente una máquina para ofrecer los tejidos, o la carne, la sangre, los músculos, los huesos de Cristo. María es la formadora del Hijo de Dios en esta tierra, educadora de Dios en esta tierra. ¿Cómo podía Ella realizar esa misión si su inteligencia padecía esa lentitud, esa pereza que tenemos nosotros para buscar lo verdadero? ¿Cómo hubiera podido Ella buscar lo mejor para ese Niño que Dios le iba a entregar si la voluntad de Ella hubiera estado amarrada por la concupiscencia?


¿Y ahora qué queda para nosotros? Yo sé lo que algunos están pensando: "Muy bueno para Ella; así cualquiera. ¡Ah, claro! Con esa clase de bendiciones y con esa clase de regalos, así es muy fácil vivir sin pecado".


Acuérdate: esta bendición que Ella recibió no la hizo inmune al impacto, al dolor que causa el pecado. Muy al contrario, una mente que no está oscurecida, es una mente que sufre más que cualquiera. El sufrimiento de María, no puede ser puesto en palabras. Porque, en el caso nuestro, la misma oscuridad de la inteligencia sirve a manera de anestésico. ¿Por qué nosotros vivimos a veces tan tranquilos cuando hay tanta gente que vive y muere en pecado, que muere de hambre, cuando hay tanto dolor, egoísmo, violencia, muerte en el mundo? En parte porque nuestra inteligencia es lenta, perezosa e ignorante. Sin embargo, si una persona tiene el entendimiento despierto y lúcido, esa persona puede ver por una penetración increíble todo el poder del mal y todo el dolor de la humanidad. Una persona así sufre más que cualquiera de nosotros. No nos imaginemos la vida de María como si Ella hubiera estado metida en una burbuja donde no le afectaba nada. Al contrario, haciéndola Inmaculada, Dios le dejaba el Corazón en carne viva. Santo Tomás de Aquino dice: "Nadie sufre más que el que tiene una inteligencia despierta". Así que al darle esta gracia de ser Inmaculada, Dios también le dio a Ella un camino de sufrimiento que tendrá su peor episodio, pero también el más importante, junto a la Cruz.


¿Y qué más queda para nosotros? Pues, que Ella nos está mostrando el camino, que Ella nos está diciendo que no tenemos que tener miedo a despertar nuestra inteligencia a la sabiduría divina, y que no tenemos que tenerle miedo a las propuestas del amor de Dios. Siguiendo los pasos de Ella, amándola, invocándola como Intercesora, siguiéndola como modelo nuestro, también nosotros como Iglesia un día seremos la Inmaculada. Sigamos, entonces, hermanos, nuestro camino, nuestra vida cristiana. Hoy tenemos una razón más: Dios nos ha dado la belleza de su Evangelio en el rostro, en el cuerpo y en el alma de María Santísima, la Purísima.